La Abuela, Abu, Abusina o Yaya
Por José María de Arquer
Un cuento infantil dedicado a todos los nietos del mundo, en general, y a los voluntarios del Estudio Alfa de la Fundación Pascual Maragall para la Investigación en Alzheimer, en particular.
–¡Soy el pirata Barbanegra, abuela! ¡Y desenfundo más rápido que nadie!
Llevaba una espada que arrastraba por el suelo y el cinturón repleto de pistolas, como mandaba la leyenda. Cuando quiso sacar una, se le cayeron todas al suelo y al recogerlas se desprendió la barba de su cara, que quedó colgando de una mejilla.
La abuela hizo una mueca. ¡Había más barba que niño!
–¿Te he asustado?
Ella negó con la cabeza.
–Qué ropas llevas, hijo. ¡Los colores son tan bonitos!
El pequeño acercó una silla y abrió la portada de un cuento que narraba las aventuras de un pirata. Entonces, lo leyó mientras le señalaba los dibujos, donde se describía a un hombre vestido como él.
Al terminar, la besó y la abuela sonrió.
Y cuando ella quedó sola cerró los ojos. ¡Estaba tan segura de haber vivido una historia romántica con un hombre como aquel pirata, tan apuesto y elegante! Y en su sueño no dejó de buscarlo, navegando entre en sus recuerdos.
No pasaron muchos días hasta que su nieto regresó. El pequeño abrió la puerta despacio y sin hacer ruido, y cuando sus ojos encontraron los de su abuela le extendió la pequeña cajita que traía.
–Hoy es tu cumple, abuela. Y traigo un pastel.
La mujer permaneció absorta observando cómo el niño dispuso las velas y luego las encendía. ¡Qué calorcito más bueno le llegó! Luego sopló todo lo que pudo.
¡Qué delicia aquel pedazo que se comió! Al terminar de comer, él abrió un cuento con muchos dibujos y se lo leyó. Superman sobrevolaba la ciudad buscando malos hasta la noche, entonces fue a buscar a su novia y dieron un paseo entre las nubes.
Una hora más tarde, cuando la abuela se quedó sola, se esforzó en alcanzar aquel recuerdo que le decía que ella también había volado por las nubes con su propio Superman. Y aunque de eso tenía que hacer ya algún tiempo, seguro que lo habían hecho envueltos en su capa roja.
En otra ocasión, su nieto entró a la habitación como un rayo y la abrazó tan fuerte que ella tuvo que contenerlo.
–¿Qué ocurre, hijo?
El niño le contó atropelladamente que había ido al zoo con la escuela y consiguió tocar la trompa de un elefante.
–¡Ha comido una ramita de mi mano! –exclamó–. Ha sido alucinante.
Seguidamente, imitó los sonidos y los movimientos de todos los animales que había visto. Se arrastró por el suelo como una serpiente, saltó como un canguro y rugió como un león.
Su abuela escuchaba atentamente todo lo que decía, convencida de que aquellos animales debían de ser realmente espectaculares.
Y el niño pasó tanto rato explicándole lo que había visto, que muy pronto se hizo tarde.
La enfermera lo acompañó fuera de la habitación, y también a su madre.
–Disfruta horrores con tus visitas –le dijo–, aunque no sepa quién eres.
–Pero yo sí la recuerdo a ella –contestó el niño–. Por eso aún tengo muchas historias que contarle.
En su habitación, la abuela no dejó de sonreír durante mucho, mucho rato. ¡Estaba tan segura de haber visto también a aquellos animales salvajes! Además, probablemente lo hizo acompañada de alguien que le daba la mano y la miraba con mucho amor, porque sí recordó por un instante que comía patatas fritas de una bolsita aceitosa y que él, después, la besó en los dedos.
Dibujo de Marían Seguí, "La abuela, abu, abusina o yaya."
Texto: José María de Arquer, autor de la novela juvenil CUSTODIOS y de la colección de cuentos infantiles POL AVENTURER.
No hay comentarios:
Publicar un comentario